Al mediocre le dan doble

Al mediocre le dan doble

Me estaba preparando para entregarme a los brazos de Morfeo cuando me llega una foto: dos mujeres voluptuosas —o más bien putas, para no adornar lo obvio— acompañada del mensaje: “ven al bar ya”.

Ni corto, pero definitivamente muy perezoso, y con media botella de Edrinas Navarras encima, me ducho y me arreglo. Total, el bar está a cinco minutos de casa. Mientras el agua me cae encima, pienso en cómo estas noches no planeadas suelen ser las mejores. Luego me invade otra certeza: sé exactamente lo que va a pasar, y como buen mediocre, también sé que no lo voy a aprovechar.

Llego al bar, me encuentro con mis amigas, caen un par de copas —ninguna pagada por mí, cortesía del novio camarero de una de ellas—, y en eso la anfitriona me suelta un:

"Quiero besar a alguien."

Una indirecta tan directa que cualquier persona que lo viera desde otro angulo le dolería ver como la «desaprovecho».
Yo, por supuesto, la ignoro.
Porque si algo define al mediocre es su habilidad para conformarse con la idea de lo que podría pasar, sin atreverse a dejar que pase, pues eso sería demasiado trabajo.

Horas después, ella con más alcohol en el cuerpo y menos dignidad en el alma, me pide que la acompañe a casa. Acepto, no sin antes advertir que me iré pronto; pues nunca me han gustado las mujeres borrachas.

Mientras caminamos, pienso:

"Al mediocre siempre le dan doble.
Cuando uno quiere poco, no le dan nada.
Cuando uno no quiere nada, le llueven las ofertas"

Ya en su piso, me pega de golpe la lástima. No veo a una mujer sexy; veo a una persona rota, que usa el alcohol como salvavidas. No sé qué decir, así que empiezo a hablar de cualquier gilipollez mientras sus compañeros de piso escuchan detrás de las puertas. Yo sin privacidad no sé hablar y menos actuar.

Al rato, viendo ella que la noche no va por donde esperaba, hace videollamada a su novio —el camarero— solo para mostrarle la escena: ella en camisa y ropa interior, yo fumando un cigarro

yo fumando un cigarro mientras acaricio al gato rescatado, que probablemente ha pasado por más manos que ella. Irónico, pero cierto. noto su cara de rabia, pero no me importa, el sabe en lo que se ha metido, y problema mio definitivamente no es.

Hablamos un poco más y decido que es hora de perderme en la densa neblina para volver a mis aposentos, no solo soy egoísta, pues no comparto lo que como, sino que también soy un cazador innato, y sin la adrenalina de la persecución no puedo disfrutar del plato.

Antes de irme, me invita a volver la próxima semana, con una escusa estúpida, sin querer, logré aumentar su interés.
sin hacer nada hice mucho, finalmente, sin titubear acepté su invitación.
odio ser mediocre pero igual caigo.